28 abr 2011

Una magnolia en su andar

"La sonrisa se desdibuja cuando uno se aparta de la novia, ¿verdad joven?" Preguntó el conductor del taxi cuando dio marcha al automóvil en busca del siguiente destino. "Sí, definitivamente se desdibujan demasiadas cosas cuando uno se queda solo" Le contestó el pasajero y pensándose que aquella mujer no era su novia aunque de ello aspirase su andar.

(...)

Hay fechas que un individuo jamás podrá olvidar. Se quedan tatuadas en la memoria absoluta del vivir y arraigadas en lo más intrínseco del ser. Aquel día, por un instante él recordó una etapa de su vida totalmente placentera. Desde un modesto espacio para comer, hasta los lugares donde la risa y la reflexión eran parte del aprender. Los tiempos de dos buenos amigos que jamás se olvidarán: La calle de Durango y los alrededores de la Fuente de Cibeles.

Aquel día no se podrá olvidar y no porque los equipos de fútbol hayan perdido sus respectivas contiendas o porque también se haya cumplido un año del fallecimiento de su abuela. Aquel día jamás se olvidará y no porque en él le hayan interpretado por primera vez las cartas del Tarot. Aquel día existirá en su recuerdo porque fue la fecha donde el caminar, el conversar, el deleitar y el beber -situaciones totalmente mundanas pero colmadas de magia, de sabor y de sustancia- hicieron de su atardecer algo inolvidable; al menos para él.

Ellos tenían, informalmente, un plan. Comerían en un sitio rodeado de buenos recuerdos. Tomarían café o helado en otro sitio de similar tentación. La brisa de la fuente refrescó y el arco iris se formó. Caminaron sin rumbo fijo hacia alguna colonia. El bar y la terraza de un hotel sería parte de la escena (una auténtica escena de un auténtico lugar). No, no siempre se va a un hotel a saciar de aquellos placeres. Esta vez, una terraza con vista a las arboledas, a las magnolias del jardín y uno que otro departamento característico de la colonia Condesa. Cayó la noche. La mejor luz que podía haber existido, la idónea, la exacta, la apropiada: la de una vela dentro de una copa, por sencillo que parezca. Un par de whiskeys, el jazz y un clima espléndido.

Sólo el ligero vientecillo apagaría la luz de las velas... sólo eso. Y aunque ella perciba un aire nostálgico en su voz al llamarle, a diario existirá la luz de aquel sentir porque sus ojos lo dicen y porque sus labios lo mencionan.

(...)

"El mundo se mueve por amor y se arrodilla ante su grandeza, joven. Eso es indiscutible. Por ello estamos aquí, por ello usted viene a bordo y por ello hay un lugar donde alguien me espera y adonde todas las noches deseo llegar" Le dijo el conductor antes de darle el vuelto. "Y así será, nos seguiremos arrodillando ante su grandeza" Contestó el pasajero justo antes de salir con el pie derecho del automóvil.

27 abr 2011

Incertidumbre

Incertidumbre: Falta del conocimiento seguro y claro de alguna circunstancia. Dudosa adhesión de la mente a algo conocible, con temor de errar.


Ese es el significado que encontré a mi sentir. Todos los seres humanos alguna vez la hemos tenido. Hemos vivido con ella y también la hemos detestado. La incertidumbre. Sin embargo, es inherente a nuestro acontecer, a nuestra cotidianidad, y no agrada al más visible optimista.


Pero va más allá de una estabilidad emocional. Repercute en no tener la certeza de que el ser humano tiene el control sobre alguna situación, y eso, aqueja. Aqueja porque hay sentimientos incontrolables, porque hay escenas predecibles a raíz de pasados aconteceres. Aquella fuerza desconocida que se titula destino -al menos para mí- sí existe. Aunque a veces también sé que hay historias que se repiten o que sencillamente el ser humano repite patrones una y otra y otra vez.


Esta noche no puedo adjetivar mi sentir. No puedo dar título a este acontecer porque simplemente no cabe en mi razón. No sé si sea mi edad o la tuya. Ignoro si sean mis pretensiones o las tuyas. Desconozco si sólo el destino nos está jugando una más de sus múltiples lecciones. Ahora sé nada. Lo único que sé, es que este sentir no es nuevo; al contrario, se repite una y otra vez.

20 abr 2011

Mis últimos días

La escena: Remy, un culto profesor universitario está desahuciado a causa de un cáncer en fase terminal; conversa con Nathalie, hija de una gran amiga y adicta a la heroína. Un cuarto de hospital y un instante de reflexión se apodera de ambos. El diálogo, lo inica él:

-...¿No te interesa la vida?
-No mucho.
-Así era a tu edad. Estaba listo para morir cuando sea. Por eso los jóvenes son los mejores martirios. Es paradójico, pero la vida cobra importancia al envejecer. Cuando empezamos a restar: Me quedan veinte años, quince años, diez años; cuando hacemos las cosas por última vez. (...) Me compro mi último auto. (...) Es la última vez que veo Génova, Barcelona...
-No iré allá.
-¿Cómo lo sabes?
-Las sobredosis son muy frecuentes...
-Ni eso lo puedes prever. Quizá algún día lo dejes y vivirás muchos años. No logramos entender el pasado, ¿cómo quieres que preveamos el futuro? (...) Nadie sabe lo que pasará. Salvo yo ahora. Lo sé.
-¿Le da miedo?
-Sí. No quiero dejar de vivir. Amé tanto la vida.
-¿Qué tanto amaba?
-Todo. El vino, los libros, la música, las mujeres. (...) Sobre todo las mujeres... Su olor, su boca, la suavidad de su piel...
-¿Conoció a muchas?
-Sí.
-A la larga todas se parecen un poco, ¿no?
-Un poco, sí. (...) Pero nunca me cansé de ellas...

Film: "Mis últimos días" o "Invasiones bárbaras".

16 abr 2011

Adversidades

¿Notaste que la mañana fue nublada?

¿Este clima acaso es bipolar? Tan acostumbrados que nos tenía a sus amaneceres soleados y radiantes. Aunque, dudo que nos haya jugado un mal acontecer. El día amaneció nostálgico y es porque hoy te marchas. Porque hoy te alejas. Porque hoy no te veo más. Regresas a tus orígenes, a tu cepa. Donde naciste. Prometes regresar algún día y yo prometo esperar toda la vida. Mientras, me hallo aquí, en este amanecer fresco y gris; propio de tu ausencia y característico de mi entrega. Con el sonido de los pájaros en convivencia con la naturaleza y con mi soledad matutina. Hoy te pienso más... mucho más. Hoy te extraño y la ciudad también. El clima es mi sentir, mi espejo, mi radiografía. Este amanecer nublado es por ti, porque te has ido.

¿Notaste que el sol también sucumbió?

12 abr 2011

Correspondencia desde Lisboa

Abrió la puerta del apartamento donde ha acumulado alrededor de una década desde que se marchó del hogar de sus padres. Sus ropas empapadas a causa de la tormenta y las suelas lodosas manchaban la duela. Apenas y alcanzó a mirar la correspondencia que depositan por un quicio de la puerta. Arroja sus pertenencias en el sillón: las llaves, un libro que compró en la galería del centro de la ciudad y un vinilo de Los Beatles. Intentó no mojar la correspondencia: recibos de impuestos, notificaciones bancarias y algo más se hallaba entre todo. Como pudo secó las manos para poder levantarla. Se incorpora. Una postal con fecha del mes pasado proveniente de Lisboa deseándole un feliz cumpleaños formaba parte del paquete. Revisa el remitente: Dianna Villanueva. Una sonrisa se dibuja en su rostro. Con postal en mano se dirige a la bañera y toma una toalla. Conforme a sus pasos va secando el cabello y despojándose de sus ropas húmedas poco a poco hasta quedar en calzoncillos. La misiva de Portugal jamás se soltó de su mano izquierda. Hace a un lado las cosas que depositó en el sillón y se sienta para ver con detenimiento la sorpresa. -Dianna Villanueva no es precisamente una mujer que tenga un lazo estrecho con computadoras y mucho menos con correos electrónicos. Hace que su vida no se adentre en una atmósfera virtual. El uso de tecnologías es mesurado en medida de su misteriosa cotidianidad. De vez en cuando desempolva su agenda telefónica para hacer alguna llamada familiar o, en ocasiones, para persuadir una posible compañía desde otro continente. (En una ocasión, un 31 de diciembre le llamó para invitarle que acudiera a vivir una aventura totalmente mundana a su lado y así recorrer distintas ciudades. Pero en aquel entonces, Franz tenía una serie de compromisos comerciales a causa de la presentación de su primer obra literaria). Dianna es pragmática a una aparente vieja usanza. Prefiere el roce de una carta y el olor a tinta cuando escribe. Le resulta armonioso escribir sobre hojas con aroma a viejas, semejantes al color mostaza y dejar su toque personal. Gusta de encontrarse sorprendida y hacer contagiar de emoción cuando en el buzón postal se halla algo directamente personal. Dianna Villanueva es una mujer que no tiene un apartado postal definitivo. Lo más que ha vivido en un mismo sitio ha sido un par de años y sobrevive de sus pinturas al óleo. He ahí, entre ellos, una especie de maridaje perfecto y por lo cual vivieron instantes inolvidables en el pasado: Ella pintora; él escritor-. Una y otra vez lee la postal: "En esta ocasión, con cerveza en mano y con la espléndida vista del río Tejo, te envío mi profunda felicitación por tu próximo cumpleaños. Siempre te esperaré". En la imagen de la misma se halla una colina proveniente de un vecindario antiguo, de piso empedrado y con un cielo de contrastes púrpuras, esmeraldas y celestes. ¡Qué maravilla! -Susurra. Piensa que aquel fantástico lugar en apariencia sería idóneo para iniciar a escribir su segundo libro. Para tomar cientos de fotografías. Para caminar por los atardeceres y contemplar desde alguna terraza los amaneceres día a día. Pero sobre todas las cosas, para encontrarse con quien fue su primer y único amor. De inmediato, prepara un café expreso y busca su agenda donde alguna vez anotó el número telefónico que podría localizar a Dianna (una situación fortuita que hace algunos meses se suscitó al encontrarse apostando en una carrera de caballos a Diego, hermano de ella). Sujeta el teléfono y marca una serie de números. Agradecerle el buen gesto era el pretexto oportuno para atreverse a llamarle. El palpitar de su corazón era más fuerte que el timbrado. El plástico posterior del aparato telefónico sudaba a causa de sus nervios incontrolables. Hacía ya mucho tiempo que no escuchaba su voz. Leer sus cartas por más de ocho años le había hecho olvidar el tono y el acento de su dicción. ¿Qué pensará? ¿Qué me dirá? ¿Cómo será su actuar? -Se decía a sus adentros en cuestiones de segundos. De pronto, una voz femenina se hace escuhar:
-Olá
-¿E... eres tú... Dianna?...
-Não, quem fala?
-Franz, un viejo amigo... ¿podría hablar con ella?
-"Franz"!? Foi a última coisa que ela disse...
-¿A qué se refiere, cómo que fue lo último que mencionó?...
-Ela pintou a partir do cume de uma colina quando...
(Interrumpe abruptamente)
-...¡No! Acaso ella...
-Sinto muito, senhor...
El teléfono resbaló súbitamente. Una lágrima recorrió su mejilla y cayó oportuna en la taza de café. El cuerpo se estremeció. Un grito de ira se escuchó (...) Cuando de pronto, -paralelamente- él despertó. El eco del grito se percibió por todo el apartamento. Eran las 4:15 a.m. y lo anterior había sido parte de un sueño. La opresión al corazón era extraordinaria. Un constante parpadeo le permitió reflexionar. Se incorporó. Decide tomar una maleta y darse un auténtico regalo de cumpleaños: Partiría a primera hora a Lisboa. Se reprocha de tan sólo pensar el tiempo que ha pospuesto para su encuentro. Un sueño lo alentó. Una pesadilla lo animó. Un sueño, le hizo abrir los ojos... Una aventura comenzaría.


9 abr 2011

Vicisitudes

Dice la canción: "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida".

(...)

Era el otoño o quizá el invierno de hace un par de años. El instante guardado en la memoria absoluta pero olvidado del calendario impreso. Él, pocas ocasiones visitaba la ciudad de Toluca por cuestiones laborables. Ella, hacía de su visita una relativa costumbre a causa de sus estudios universitarios. Autobuses van y vienen. Los horarios son diversos. Un día común. Ordinario. Pasajero en lo mundano y obligado en el quehacer de la función.


Convencido por una realidad medianamente sustanciosa, él regresa a su hogar. A su destino. A su origen. Paga en la taquilla el precio justo por abordar su autobús. Recorre los pasillos colmados de aquella atmósfera propia de una terminal de camiones foráneos y por fin se dispone a subir la máquina rodante que lo llevará de regreso. De pronto, algo lo detiene, algo distrae su atención, algo satisface su mirada (...) -Ese algo, era alguien-. El operador corta el ticket. Se escucha a alguien anunciar el destino. Las letras impresas del periódico que lleva él sobre sus manos se disuelven y se retuercen a causa de los nervios y del sudor propio del gusto por la atracción femenina. Era definitivo: algo sin precedentes estaba satisfaciendo su instante. No sabía qué hacer ni qué decir. Ellos, eran quizá los primeros en abordar el autobús. Cuarenta asientos disponibles. Por supuesto, sólo elegirían dos. Pero eso era la cuestión: ¡saber cuáles escoger! Ella decide rendirse ante el primer asiento de lado derecho pegado a la ventanilla. Él, duda en sentarse junto a ella. La pena le corroe. El oportunismo le provoca inseguridad. Decide postrarse del lado izquierdo junto al pasillo, apenas atrás del conductor. Un abismo quizá para la intención. Pero era un hecho que tan sólo un breve espacio por donde caminarían los demás pasajeros sería el único obstáculo para la interacción. Piensa, que al menos ubicado ahí, podrá observarla; tal vez en el fondo imagina cualquier pretexto para entablar conversación alguna. De pronto, ya en camino a la ciudad de México, él, gira ligeramente su cabeza -imaginando en coincidir con mirada alguna- y cae en cuenta en que ella permanecía con los ojos cerrados. Pensaba que la indiferencia se apropiaba de ella; sin embargo él, admiraba la delicadeza del conjunto con su rostro y el cerrar de sus ojos. Naturalmente, estaba tomando una siesta aunque el trayecto no fuera precisamente muy largo. Entonces, él, resignado ante su fracaso, tomó su periódico e intentó concentrarse en la lectura.


El destino estaba vigente. Palpitaba todavía, no quería fallecer. Al menos así para él. Llegando al Circuito Interior de la ciudad, una camioneta apenas y choca con el autobús en una maniobra a causa de terceros. El conductor que nos llevaría a un sitio ya planeado, decidió desviar unos metros su ruta y verificar los daños del aparente golpe de la carrocería. El camión se detiene, el chofer desciende y negocia los arreglos pertinentes. Él, a sabiendas del tiempo que lleva apalabrarse con el ajustador de seguros y la espera por éste, decide bajarse y caminar para encontrar otro medio de transporte. Ella, hace lo mismo. Enseguida toma sus pertenencias y va casi detrás de él. El semáforo peatonal marca el rojo. Ambos permanecen a la par en la gran avenida. Sus destinos eran distintos aunque no opuestos. La iniciativa de ella, era lo que él tanto deseaba (quizá por la propia timidez o duda alguna). Así fue. ¡Qué maravilla! -Pensó y sintió. La pregunta era lo de menos, la conversación se hizo presente.


(...) Hoy, saben que aquel autobús tenía -en planeación y teoría- un destino para uno y para otro. Ella descendería en Chapultepec; él, en La Raza. De no haber sido por aquel percance tan insustancial, no habrían tenido esta noche un instante tan sustancial. El recuerdo permanecería y el hubiera sería el hartazgo permanente. El presente sería lo tangible y el futuro no existiese... -Vivimos en la búsqueda incesante por la felicidad perpetua; en viajes a los confines del mundo y en el placer por pensar que la cotidianeidad es el ABC del vivir. Si nos ha tocado experimentar para pretender percibir lo esencial, que así sea.


Dijo Nietzsche alguna vez: "Se debe vivir de modo que se tenga, en el momento oportuno; la voluntad de morir". Yo Agregaría: La voluntad de vivir, porque ¿cuántas vidas vivimos?