Abrió la puerta del apartamento donde ha acumulado alrededor de una década desde que se marchó del hogar de sus padres. Sus ropas empapadas a causa de la tormenta y las suelas lodosas manchaban la duela. Apenas y alcanzó a mirar la correspondencia que depositan por un quicio de la puerta. Arroja sus pertenencias en el sillón: las llaves, un libro que compró en la galería del centro de la ciudad y un vinilo de Los Beatles. Intentó no mojar la correspondencia: recibos de impuestos, notificaciones bancarias y algo más se hallaba entre todo. Como pudo secó las manos para poder levantarla. Se incorpora. Una postal con fecha del mes pasado proveniente de Lisboa deseándole un feliz cumpleaños formaba parte del paquete. Revisa el remitente: Dianna Villanueva. Una sonrisa se dibuja en su rostro. Con postal en mano se dirige a la bañera y toma una toalla. Conforme a sus pasos va secando el cabello y despojándose de sus ropas húmedas poco a poco hasta quedar en calzoncillos. La misiva de Portugal jamás se soltó de su mano izquierda. Hace a un lado las cosas que depositó en el sillón y se sienta para ver con detenimiento la sorpresa. -Dianna Villanueva no es precisamente una mujer que tenga un lazo estrecho con computadoras y mucho menos con correos electrónicos. Hace que su vida no se adentre en una atmósfera virtual. El uso de tecnologías es mesurado en medida de su misteriosa cotidianidad. De vez en cuando desempolva su agenda telefónica para hacer alguna llamada familiar o, en ocasiones, para persuadir una posible compañía desde otro continente. (En una ocasión, un 31 de diciembre le llamó para invitarle que acudiera a vivir una aventura totalmente mundana a su lado y así recorrer distintas ciudades. Pero en aquel entonces, Franz tenía una serie de compromisos comerciales a causa de la presentación de su primer obra literaria). Dianna es pragmática a una aparente vieja usanza. Prefiere el roce de una carta y el olor a tinta cuando escribe. Le resulta armonioso escribir sobre hojas con aroma a viejas, semejantes al color mostaza y dejar su toque personal. Gusta de encontrarse sorprendida y hacer contagiar de emoción cuando en el buzón postal se halla algo directamente personal. Dianna Villanueva es una mujer que no tiene un apartado postal definitivo. Lo más que ha vivido en un mismo sitio ha sido un par de años y sobrevive de sus pinturas al óleo. He ahí, entre ellos, una especie de maridaje perfecto y por lo cual vivieron instantes inolvidables en el pasado: Ella pintora; él escritor-. Una y otra vez lee la postal: "En esta ocasión, con cerveza en mano y con la espléndida vista del río Tejo, te envío mi profunda felicitación por tu próximo cumpleaños. Siempre te esperaré". En la imagen de la misma se halla una colina proveniente de un vecindario antiguo, de piso empedrado y con un cielo de contrastes púrpuras, esmeraldas y celestes. ¡Qué maravilla! -Susurra. Piensa que aquel fantástico lugar en apariencia sería idóneo para iniciar a escribir su segundo libro. Para tomar cientos de fotografías. Para caminar por los atardeceres y contemplar desde alguna terraza los amaneceres día a día. Pero sobre todas las cosas, para encontrarse con quien fue su primer y único amor. De inmediato, prepara un café expreso y busca su agenda donde alguna vez anotó el número telefónico que podría localizar a Dianna (una situación fortuita que hace algunos meses se suscitó al encontrarse apostando en una carrera de caballos a Diego, hermano de ella). Sujeta el teléfono y marca una serie de números. Agradecerle el buen gesto era el pretexto oportuno para atreverse a llamarle. El palpitar de su corazón era más fuerte que el timbrado. El plástico posterior del aparato telefónico sudaba a causa de sus nervios incontrolables. Hacía ya mucho tiempo que no escuchaba su voz. Leer sus cartas por más de ocho años le había hecho olvidar el tono y el acento de su dicción. ¿Qué pensará? ¿Qué me dirá? ¿Cómo será su actuar? -Se decía a sus adentros en cuestiones de segundos. De pronto, una voz femenina se hace escuhar:
-Olá
-¿E... eres tú... Dianna?...
-Não, quem fala?
-Franz, un viejo amigo... ¿podría hablar con ella?
-"Franz"!? Foi a última coisa que ela disse...
-¿A qué se refiere, cómo que fue lo último que mencionó?...
-Ela pintou a partir do cume de uma colina quando...
(Interrumpe abruptamente)
-...¡No! Acaso ella...
-Sinto muito, senhor...
El teléfono resbaló súbitamente. Una lágrima recorrió su mejilla y cayó oportuna en la taza de café. El cuerpo se estremeció. Un grito de ira se escuchó (...) Cuando de pronto, -paralelamente- él despertó. El eco del grito se percibió por todo el apartamento. Eran las 4:15 a.m. y lo anterior había sido parte de un sueño. La opresión al corazón era extraordinaria. Un constante parpadeo le permitió reflexionar. Se incorporó. Decide tomar una maleta y darse un auténtico regalo de cumpleaños: Partiría a primera hora a Lisboa. Se reprocha de tan sólo pensar el tiempo que ha pospuesto para su encuentro. Un sueño lo alentó. Una pesadilla lo animó. Un sueño, le hizo abrir los ojos... Una aventura comenzaría.
-Olá
-¿E... eres tú... Dianna?...
-Não, quem fala?
-Franz, un viejo amigo... ¿podría hablar con ella?
-"Franz"!? Foi a última coisa que ela disse...
-¿A qué se refiere, cómo que fue lo último que mencionó?...
-Ela pintou a partir do cume de uma colina quando...
(Interrumpe abruptamente)
-...¡No! Acaso ella...
-Sinto muito, senhor...
El teléfono resbaló súbitamente. Una lágrima recorrió su mejilla y cayó oportuna en la taza de café. El cuerpo se estremeció. Un grito de ira se escuchó (...) Cuando de pronto, -paralelamente- él despertó. El eco del grito se percibió por todo el apartamento. Eran las 4:15 a.m. y lo anterior había sido parte de un sueño. La opresión al corazón era extraordinaria. Un constante parpadeo le permitió reflexionar. Se incorporó. Decide tomar una maleta y darse un auténtico regalo de cumpleaños: Partiría a primera hora a Lisboa. Se reprocha de tan sólo pensar el tiempo que ha pospuesto para su encuentro. Un sueño lo alentó. Una pesadilla lo animó. Un sueño, le hizo abrir los ojos... Una aventura comenzaría.

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