9 abr 2011

Vicisitudes

Dice la canción: "La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida".

(...)

Era el otoño o quizá el invierno de hace un par de años. El instante guardado en la memoria absoluta pero olvidado del calendario impreso. Él, pocas ocasiones visitaba la ciudad de Toluca por cuestiones laborables. Ella, hacía de su visita una relativa costumbre a causa de sus estudios universitarios. Autobuses van y vienen. Los horarios son diversos. Un día común. Ordinario. Pasajero en lo mundano y obligado en el quehacer de la función.


Convencido por una realidad medianamente sustanciosa, él regresa a su hogar. A su destino. A su origen. Paga en la taquilla el precio justo por abordar su autobús. Recorre los pasillos colmados de aquella atmósfera propia de una terminal de camiones foráneos y por fin se dispone a subir la máquina rodante que lo llevará de regreso. De pronto, algo lo detiene, algo distrae su atención, algo satisface su mirada (...) -Ese algo, era alguien-. El operador corta el ticket. Se escucha a alguien anunciar el destino. Las letras impresas del periódico que lleva él sobre sus manos se disuelven y se retuercen a causa de los nervios y del sudor propio del gusto por la atracción femenina. Era definitivo: algo sin precedentes estaba satisfaciendo su instante. No sabía qué hacer ni qué decir. Ellos, eran quizá los primeros en abordar el autobús. Cuarenta asientos disponibles. Por supuesto, sólo elegirían dos. Pero eso era la cuestión: ¡saber cuáles escoger! Ella decide rendirse ante el primer asiento de lado derecho pegado a la ventanilla. Él, duda en sentarse junto a ella. La pena le corroe. El oportunismo le provoca inseguridad. Decide postrarse del lado izquierdo junto al pasillo, apenas atrás del conductor. Un abismo quizá para la intención. Pero era un hecho que tan sólo un breve espacio por donde caminarían los demás pasajeros sería el único obstáculo para la interacción. Piensa, que al menos ubicado ahí, podrá observarla; tal vez en el fondo imagina cualquier pretexto para entablar conversación alguna. De pronto, ya en camino a la ciudad de México, él, gira ligeramente su cabeza -imaginando en coincidir con mirada alguna- y cae en cuenta en que ella permanecía con los ojos cerrados. Pensaba que la indiferencia se apropiaba de ella; sin embargo él, admiraba la delicadeza del conjunto con su rostro y el cerrar de sus ojos. Naturalmente, estaba tomando una siesta aunque el trayecto no fuera precisamente muy largo. Entonces, él, resignado ante su fracaso, tomó su periódico e intentó concentrarse en la lectura.


El destino estaba vigente. Palpitaba todavía, no quería fallecer. Al menos así para él. Llegando al Circuito Interior de la ciudad, una camioneta apenas y choca con el autobús en una maniobra a causa de terceros. El conductor que nos llevaría a un sitio ya planeado, decidió desviar unos metros su ruta y verificar los daños del aparente golpe de la carrocería. El camión se detiene, el chofer desciende y negocia los arreglos pertinentes. Él, a sabiendas del tiempo que lleva apalabrarse con el ajustador de seguros y la espera por éste, decide bajarse y caminar para encontrar otro medio de transporte. Ella, hace lo mismo. Enseguida toma sus pertenencias y va casi detrás de él. El semáforo peatonal marca el rojo. Ambos permanecen a la par en la gran avenida. Sus destinos eran distintos aunque no opuestos. La iniciativa de ella, era lo que él tanto deseaba (quizá por la propia timidez o duda alguna). Así fue. ¡Qué maravilla! -Pensó y sintió. La pregunta era lo de menos, la conversación se hizo presente.


(...) Hoy, saben que aquel autobús tenía -en planeación y teoría- un destino para uno y para otro. Ella descendería en Chapultepec; él, en La Raza. De no haber sido por aquel percance tan insustancial, no habrían tenido esta noche un instante tan sustancial. El recuerdo permanecería y el hubiera sería el hartazgo permanente. El presente sería lo tangible y el futuro no existiese... -Vivimos en la búsqueda incesante por la felicidad perpetua; en viajes a los confines del mundo y en el placer por pensar que la cotidianeidad es el ABC del vivir. Si nos ha tocado experimentar para pretender percibir lo esencial, que así sea.


Dijo Nietzsche alguna vez: "Se debe vivir de modo que se tenga, en el momento oportuno; la voluntad de morir". Yo Agregaría: La voluntad de vivir, porque ¿cuántas vidas vivimos?

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