La escena: Remy, un culto profesor universitario está desahuciado a causa de un cáncer en fase terminal; conversa con Nathalie, hija de una gran amiga y adicta a la heroína. Un cuarto de hospital y un instante de reflexión se apodera de ambos. El diálogo, lo inica él:
-...¿No te interesa la vida?
-No mucho.
-Así era a tu edad. Estaba listo para morir cuando sea. Por eso los jóvenes son los mejores martirios. Es paradójico, pero la vida cobra importancia al envejecer. Cuando empezamos a restar: Me quedan veinte años, quince años, diez años; cuando hacemos las cosas por última vez. (...) Me compro mi último auto. (...) Es la última vez que veo Génova, Barcelona...
-No iré allá.
-¿Cómo lo sabes?
-Las sobredosis son muy frecuentes...
-Ni eso lo puedes prever. Quizá algún día lo dejes y vivirás muchos años. No logramos entender el pasado, ¿cómo quieres que preveamos el futuro? (...) Nadie sabe lo que pasará. Salvo yo ahora. Lo sé.
-¿Le da miedo?
-Sí. No quiero dejar de vivir. Amé tanto la vida.
-¿Qué tanto amaba?
-Todo. El vino, los libros, la música, las mujeres. (...) Sobre todo las mujeres... Su olor, su boca, la suavidad de su piel...
-¿Conoció a muchas?
-Sí.
-A la larga todas se parecen un poco, ¿no?
-Un poco, sí. (...) Pero nunca me cansé de ellas...

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