Puntuales, solíamos ser los mismos. Nuestras distintas actividades nos permitían parámetros de diez o quince minutos de diferencia. A veces más temprano, a veces más tarde. El sitio tiene la forma de una herradura; permitía ver los rostros de los comensales, al menos, de perfil. Sentados uno a uno con tan sólo el respiro de los brazos a su antojo y en banquillos semi cómodos que apenas y podíamos mover. Conocíamos el aspecto de las personas, identificábamos sus manías; incluso, podíamos adivinar cuál sería la opción que elegiría del menú. Sin embargo, no sabíamos nuestros nombres. Escasamente pronunciábamos:
-Buenas tardes...
-Provecho.
-Gracias...
Durante un par de meses asistía solo. De vez en cuando acudía a otro sitio con alguien. Jamás pensé que me acostumbraría y menos, que me gustaría comer sin compañía alguna. (...) Mentira, creo que jamás me gustó. No obstante, encontré de este hecho su lado positivo. No tenía de otra. Ese constante defecto mío por observar a las personas y así, sus acciones, su animadversión, sus tendencias, su antipatía, su excentricidad, sus apegos; e incluso, hasta su desconfianza. Situaciones que me dijeran un poco más de la persona. ¿Qué gano con ello? Quizá nada, sólo el aspecto sociológico que disfruto en todos y cada uno de los seres humanos. Los diversos caracteres, sus múltiples atuendos y sus diversas historias que en ellos se hallan y que puedo equívocamente imaginar. Mi sociología barata.
Era en el centro de Coyoacán. Ni siquiera sé cómo llamarlo: "Restaurante", sería un halago. "Puesto improvisado", sería demeritarlo. Seguramente será un servicio de comedor y cocina de un buque mercante denominado "Fonda". Sí, ahí donde alguna vez sonó mi teléfono móvil para darme la noticia de que la abuela había fallecido. Ahí donde la noticia pegó en los más íntimos recuerdos y derramar una lágrima se convertía en las miradas próximas y atentas. Sí, aquel lugar donde un día sin imaginármelo y sin sospecharlo, vi por primera vez a una reportera en el televisor del establecimiento que sintonizaba el noticiero. Una mujer con quien mantenía una amistad de letras (correos electrónicos y mensajes por redes sociales) y que el tiempo en complicidad con el recuerdo, nos concedió veinte años después, encontrarnos. Ahí, donde un señor interpreta con el acordeón la misma canción día a día: "Caminos de Michoacán". Siempre a las tres en punto.
(...) Hoy se cumple un mes de aquel ciclo que finalizó. Hoy extraño Coyoacán. El entorno. El sitio donde solía comer y la sazón que adopté en mis días de estancia laboral. Echo de menos caminar por la plazuela y detenerme en el puesto de periódicos para leer los encabezados. Transitar por sus calles empedradas y encontrarme con Damián Alcázar u otro actor o actriz de película o de telenovela mexicana. Ver el reloj y disfrutar del tiempo restante para sentarme a que le den brillo a los zapatos. Adquirir un buen café se convertía en un volado. Coyoacán está invadido por cafeterías sustanciales. Ahí donde comí un cuernito que A me recomendó. Y entre muchas cosas, también extraño ver decenas de personas de toda índole. Este lugar no puede ser sui géneris porque es tan noble que acepta divergencias sociales y culturales. Pocos como él.
Ahora estoy en otro sitio. Son tiempos difíciles. Jamás se puede estar en completa armonía. Un ser querido se debate entre la vida y la muerte; alguien que hace aproximadamente trece años nos llevó a mi hermano y a mí, un 15 de septiembre, a la verbena de Coyoacán y a cenar hot cakes con mermelada de fresa. Busco distracciones. No queremos pensar en ello. No quiero eso. No ahora. No nunca.
-Buenas tardes...
-Provecho.
-Gracias...
Durante un par de meses asistía solo. De vez en cuando acudía a otro sitio con alguien. Jamás pensé que me acostumbraría y menos, que me gustaría comer sin compañía alguna. (...) Mentira, creo que jamás me gustó. No obstante, encontré de este hecho su lado positivo. No tenía de otra. Ese constante defecto mío por observar a las personas y así, sus acciones, su animadversión, sus tendencias, su antipatía, su excentricidad, sus apegos; e incluso, hasta su desconfianza. Situaciones que me dijeran un poco más de la persona. ¿Qué gano con ello? Quizá nada, sólo el aspecto sociológico que disfruto en todos y cada uno de los seres humanos. Los diversos caracteres, sus múltiples atuendos y sus diversas historias que en ellos se hallan y que puedo equívocamente imaginar. Mi sociología barata.
Era en el centro de Coyoacán. Ni siquiera sé cómo llamarlo: "Restaurante", sería un halago. "Puesto improvisado", sería demeritarlo. Seguramente será un servicio de comedor y cocina de un buque mercante denominado "Fonda". Sí, ahí donde alguna vez sonó mi teléfono móvil para darme la noticia de que la abuela había fallecido. Ahí donde la noticia pegó en los más íntimos recuerdos y derramar una lágrima se convertía en las miradas próximas y atentas. Sí, aquel lugar donde un día sin imaginármelo y sin sospecharlo, vi por primera vez a una reportera en el televisor del establecimiento que sintonizaba el noticiero. Una mujer con quien mantenía una amistad de letras (correos electrónicos y mensajes por redes sociales) y que el tiempo en complicidad con el recuerdo, nos concedió veinte años después, encontrarnos. Ahí, donde un señor interpreta con el acordeón la misma canción día a día: "Caminos de Michoacán". Siempre a las tres en punto.
(...) Hoy se cumple un mes de aquel ciclo que finalizó. Hoy extraño Coyoacán. El entorno. El sitio donde solía comer y la sazón que adopté en mis días de estancia laboral. Echo de menos caminar por la plazuela y detenerme en el puesto de periódicos para leer los encabezados. Transitar por sus calles empedradas y encontrarme con Damián Alcázar u otro actor o actriz de película o de telenovela mexicana. Ver el reloj y disfrutar del tiempo restante para sentarme a que le den brillo a los zapatos. Adquirir un buen café se convertía en un volado. Coyoacán está invadido por cafeterías sustanciales. Ahí donde comí un cuernito que A me recomendó. Y entre muchas cosas, también extraño ver decenas de personas de toda índole. Este lugar no puede ser sui géneris porque es tan noble que acepta divergencias sociales y culturales. Pocos como él.
Ahora estoy en otro sitio. Son tiempos difíciles. Jamás se puede estar en completa armonía. Un ser querido se debate entre la vida y la muerte; alguien que hace aproximadamente trece años nos llevó a mi hermano y a mí, un 15 de septiembre, a la verbena de Coyoacán y a cenar hot cakes con mermelada de fresa. Busco distracciones. No queremos pensar en ello. No quiero eso. No ahora. No nunca.

TIENES EL DON DE DIBUJAR LAS ESCENAS EN LA MENTE DE TU LECTOR... EN VERDAD GRACIAS POR LOS "VIAJES" QUE ME REGALAS, SIN SIQUIERA LEVANTARME DE LA SILLA... Y GRACIAS POR FORMAR PARTE DE "ESTO" (ESTA "AMISTAD DE LETRAS" QUE JAMÁS IMAGINÉ).
ResponderEliminar...Una "amistad de letras" que llegará a ser una amistad tangible, real y sustancial.
ResponderEliminarY, como cantara Eros: Gracias por existir.