25 nov 2010

Jacob o Pulgoso, el mismo ser

...Lo llevo entre mis brazos y él parece estar muerto. No mueve extremidad alguna. Apenas y agita su pequeño estómago. Sólo alcanzo a sentir su corazón en súbitos pálpitos. Camino apresuradamente hacia la puerta de la casa. Lo recuesto en la banqueta y mojo su hocico para lavar la sangre y la espuma que sale de él. La sombra y el agua parece revivirlo. Tambaleándose se levanta. Camina de igual manera. Se mete a la casa y se refugia en una esquina. Lo cargo y lo postro en la caja donde -cuando hacía frío- lo metíamos a dormir en el patio trasero. De pronto, sus ojos giran sin control y tiembla como si un congelador se apoderara de él. Convulsiona. Aulla. Pulgoso se nos va. Podemos hacer nada. Sólo mirar, sólo mencionar palabras de aliento como si ello sirviere de algo. Creo que jamás lo había acariciado. Sé que jamás lo había hecho antes con una mascota como lo hice con él. Poco a poco su cuerpo comienza a endurecer... Eran las 2:00 de la tarde y Jacob había muerto...

(...)

Justo anoche J me platicaba de sus mascotas que habían fallecido. Sus perros. Uno de ellos, su gran amigo. Y pensaba en cómo la gente llega a ser confidente de una mascota. Imaginaba sus conversaciones y los instantes que pasaron para hacer que su deceso fuera, uno triste. Ella me decía que murió de viejo, que alcanzó a despedirse de él y que un día, en la calle, lo vio y así lo adoptó.

Sin embargo, Jacob no murió de viejo, no de alguna enfermedad, tampoco atropellado. No murió de frío o de hambre. Murió porque alguien lo mató. Alguien que no soporta que una comunidad pueda amar a un animal y que éste sea de la alegría de todos. Alguien que cobardemente lo envenenó o le proporcionó un golpe fulminante. No sabemos. Sólo entendemos que hay animales que matan a mascotas indefensas.

Pulgoso
como lo mencionaran algunos, o Jacob como lo mencionaran otros; jamás tuvo un nombre definido. Así fue su vida: Sin definición. Al fin y al cabo, era de todos y de nadie. Lo adoptamos porque un día llegó sin que nadie lo invitara a formar parte. Era un personaje de la comunidad. Algunos días dormía a las puertas de esta casa, otros en la del vecino y en algunos, debajo de los coches. Ni siquiera sé su raza. Era pequeño y de color café. Ágil e inteligente. Simpático. Cariñoso. Juguetón. Obediente. Era una mascota que se daba a querer.

Comenta mi hermano que hoy por la mañana, todavía Jacob lo acompañó a esperar el taxi y mientras, jugaba con él. Se quedó ahí hasta que abordara el auto. Así era Pulgoso, un amigo al que sólo le faltaba hablar.

Ahora me vienen escenas de aquella película, Amores Perros. Ahora me vienen recuerdos de Jacob. Todo pasa por mi mente. He de confesar que jamás pensé que me sucediera esto con un animal, del cual, ni siquiera creí haber estado encariñado. Ahora entiendo aquellas personas que llevan en sus brazos a sus perros. Ahora entiendo la tristeza de aquellos que lamentan la pérdida de su mascota. Ahora entiendo todas aquellas situaciones de las cuales no daba crédito del actuar de las personas hacia sus perros.

(...)

...Mi sobrina de nueve años le redacta una carta. Me sorprende la habilidad y la ternura de sus letras. Me dice que la lea para ver si está bien. Lo hago. Me parece sensacional. El esfuerzo por no soltar una lágrima frente a ella es insoportable. Más tarde, lo subimos a la cajuela del auto. Mi padre, mi sobrina y yo, lo enterramos no muy lejos de aquí. Antes de la primer cubierta de tierra, la niña coloca su carta encima de él. Nos despedimos para siempre. Caminamos rumbo al coche y volteo imaginando que Jacob viene corriendo detrás de nosotros. Imagino que atravieso la calle y está ahí, esperándonos y moviendo la cola de alegría. Después, un silencio abruma la levedad. Tristes y sin decir palabra alguna, llegamos a casa. Vemos y escuchamos que alguien hace falta...


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