23 jul 2010

Filos y lluvia

Un grito orgásmico se escuchó hasta lo más alto de las montañas que rodea la ciudad. Las gotas que el sudor provocó caían medianamente sobre sus cuerpos y las pupilas dilatadas permanecían. El reloj de color café postrado en la pared frente a la ventana marcaba las 21:20 horas cuando sucedió.

Sale de casa y ve en el correo la correspondencia. Entre otras, cartas con las exigencias de pago por parte del banco y una postal desde Madrid. El tren que lo lleva a su empleo suele hacer 50 minutos, pero la lluvia demora su trayecto y hace lo doble de tiempo. Saltear los charcos de agua no fue suficiente para manchar su pantalón beige y las gotas de agua volvían su cabello a crespo. El gesto mal encarado de su jefe decía más que las palabras de regaño por llegar tarde a la junta de trabajo con importantes socios. El retraso fue el pretexto exacto y la decisión que tomaría el director para despedirlo a fin de mes.

No ha desayunado y son casi las 2 de la tarde. El proyecto no tiene fin. Su cabeza estalla de dolor ante la mala noticia y por la falta de alimento. La cafeína se apodera de su organismo. Una baguette de atún con queso y aceitunas negras es todo lo que probará de refrigerio.

De regreso a casa toma un taxi, el tráfico no cesa y permanecer 10 minutos ahí dentro sería tomar un revólver y vaciarlo en su cabeza. Decide arribar el tren a 30 minutos de su hogar. Se halla en el asiento que da a la ventana y escribe “Filos” en el cristal empañado. Quiere dormir. No estar, no permanecer. Sólo dormir.

Ha sido un día como estos de verano donde llueve todo el día. El agua suele a veces complicar las cosas, los tiempos, los encuentros, las actividades. Por fin; mojado, cansado y harto, llega a su morada. Lo único que desea es acostarse en su lecho y no saber más.

Ella disfruta la vista con la lluvia, observa a la gente pasar; algunos caminan resignados por el diluvio y otros corren por querer acortar distancias. Imagina la manera en que son recibidos por sus seres y también imagina a las parejas cuya tormenta los tomó por sorpresa y no tienen planeado un destino. Le seduce la manera en cómo el agua puede transformar el atuendo de las personas y el entalle de las ropas a los cuerpos. Entonces, de pronto, lo ve llegar desde la ventana que da vista a la calle y baja descalza a encender la chimenea, preparar un poco de té a salud de él mientras éste toma una ducha.

El delicioso sabor manzana del té y el calor que emana la chimenea le otorga sumo placer. Verla a su lado en aquel sofá color hueso, con el cabello tomado por un ligue y su rostro que le devuelve la paz que necesitaba él; consuman el acontecer.

La melodía que provocaba el chubasco era ideal para el suceso. Cruzaron algunas palabras cuando de pronto hicieron el amor como unos imberbes y llegaron a la cúpula del estado. Sus cuerpos al unísono correspondían entre sí. Las gotas del sudor caían medianamente sobre sus cuerpos y las pupilas dilatadas permanecían. El reloj de color café postrado en la pared frente a la ventana marcaba las 21:20 horas cuando sucedió. Decir que él había tenido el peor de sus días era como mentir en que ese grito no fue orgásmico.

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