6 ene 2011

Desavenencias

"¿Cuándo te compras un teléfono nuevo? El que tienes, ya da pena". Me pregunta y me insiste alguien; en ocasiones, alguienes. "Deberías comprar un iPod también". Me dijeron alguna vez.

Ya no me enfada. A decir verdad, creo que nunca me enfadó. Acepto la sugerencia como el andar por aquí y por allá. Las miradas dirigidas al celular de manera automática al instante de extraerlo del bolsillo, ya no incomodan. No sólo conmigo sucede. G me dice: "Sí, tu chingadera ya da pena pero pues total, nunca tienes crédito". A lo cuál respondo con un tajante: ¡Bingo! A ver, hago un balance de mis prioridades, una lista. Pronto caigo en cuenta que un teléfono de moda es lo último que necesito para intentar ser feliz o sentirme realizado. En rigor, comprar es ampliar o reducir la noción de lo indispensable. No puedo cegarme a tan espléndidas funciones de eso que llaman "Smartphone"; sin embargo, ahora no me es indispensable ser parte de un grupo de moda y mucho menos, cargar con un teléfono al cual no podré explotar ni al 50% de su generosidad. Es decir, cuando uno acepta el adulto que pretende ser, hay situaciones más importantes que lo material. Podría sonar contradictorio con mi actuar, válgame.

El dejarse llevar por la sociedad jamás me ha gustado, vomito de pensarlo. La televisión, las personalidades de moda, las revistas, la sociedad; e incluso, el Facebook han provocado un efecto carente de personalidad, de conciencia; de las cuales, ya no somos ajenos y tristemente, no es un asunto de novedad. ¿Nos hemos dado cuenta de lo insustanciosos que podemos llegar a ser? Algunos estados en Messenger o en Facebook son tan efímeros que de leerlos provocan un severo daño al estómago y repugnancia de un mundo material con presunciones disfrazadas. ¿Por qué persisten estas escenas una y otra y otra vez? ¿Será acaso porque las cosas en el entorno del consumismo se hacen porque deben hacerse, porque la vida está hecha de lo mismo y vivir es repetirse?

Alguien a quien admiro, menciona: "No quiero hacerme de un celular porque no me gusta sentirme localizado. Detesto hacerme esclavo de un aparato y excluirme de una sociedad excluyente". Sensacional. No obstante a estas alturas no puedo verme tan radical. Tener un teléfono móvil ha sido parte de mi vida por alrededor de diez años. En una década sólo dos aparatos, sólo dos.

Dice Carlos Monsiváis en "Apocalipstick": "Ningún pobre adquiere de menos porque no depende del consumo (palabra ya ligada al exceso y al desperdicio), sino de la necesidad". Aún así, llegará el momento en el que sea partícipe -quizá por necesidad o por curiosidad- de un núcleo ya de por sí estandarizado y con una pose símil. Será el instante en que todo lo anterior quede en lo absurdo y en lo vil del despotricar.

Sin embargo, tengo mi baratísima-teoría-pretenciosa: ¿A cuántos niños hoy, en día de Reyes Magos, dentro de sus juguetes apareció por lo menos, un libro? Sabemos de libros didácticos, de libros para niños. Comenzar con uno para iluminar, no sería mala decisión. (...) La culpa de ser materialistas y superficiales (dos palabras tan distintas pero que su maridaje es tan común) en ocasiones, no depende tanto de nosotros. Así crecemos. Así nos educaron. Así nos acostumbraron.

Dice Haruki Murakami en su novela "1Q84": "Es un mundo circense, falso de principio a fin, pero todo sería real si creyeses en mí".

P.D. Si alguien por distracción o por falta de incumbencia no entiende la imagen con que se ilustró esto, llámeme a mi BlackBerry porque mi iPhone lo presté junto con el iPod. ¡Gracias!

No hay comentarios:

Publicar un comentario