Es la mañana de un domingo cualquiera. La luz del sol entra por tu ventana a través de la persiana blanca y horizontal. Te miras al espejo, respiras hondamente y decides que es hora de la visita. La guitarra que me heredó mi padre, un libro, flores y una canasta de picnic te acompañarán. Cierras la puerta detrás de ti y caminas unos veinte minutos. Llegas al cementerio; ahí donde aún se halla mi cuerpo, donde se halla mi nombre en alguna lápida y donde nos hallaremos juntos tarde o temprano. Depositas las pertenencias a un costado, apenas y cubres la tumba con la capa de algodón color negra que solía usar en mis presentaciones musicales y que me obsequiaste al cumplir veintiocho años. Ahora la llevas puesta para recordarme, para sentirme de alguna manera. Me arrojas las flores más frescas y brillantes. Mi lápida por fin tiene vida. Tocas la guitarra y cantas nuestra canción de amor; aquella que algún día te dediqué y que ahora me dedicas. Después, lees en voz alta un fragmento de mi libro favorito. Te recargas en la piedra vertical donde se escribió mi epitafio. Cierras los ojos. Te relajas. Recuerdas instantes que pasamos juntos: Aquella playa apartada donde vivimos solos por un tiempo. Los atardeceres a la orilla del mar caminando a lo largo de la costera. Escribiendo en la arena mensajes de amor y sueños mundanos paralelos. Tomando cientos de fotografías y riendo hasta las lágrimas. Besándonos la piel y acariciándonos el alma. Recuerdas también mis primeros conciertos ante decenas de personas. Nuestra felicidad y nuestra cotidianidad. Las palabras, el aquejo, las pequeñas discusiones y los versos; todo lo evocas. Las clases de guitarra o de cualquier instrumento musical. La música como complemento ante nosotros, ante nuestra conciencia y ante todos los demás. Recapitulas en segundos las fiestas, las reuniones, las cenas con el tinto, lo nostálgico de Sigur Rós, toda aquella cita planeada y no planeada. Los instantes improvisados colmados de energía y de paz. Los amigos; los que se fueron y los que permanecieron. Los malos entendidos y las cordiales sorpresas. El sabor de tu bebida favorita y lo amargo de la mía. Lo dulce de tu comida y lo salado del mar (...) De pronto, despiertas y caes en cuenta de que el recuerdo siempre permanecerá así transcurran cien años. Lo perpetuo inherente a la memoria. Giras medianamente la cabeza y me ves ahí; en algún punto, en alguna luz. Mueves ligeramente los labios como signo de incredulidad. Pero en realidad estoy ahí. No como quisiera yo, ni como quisieras tú; pero estamos juntos una vez más. Quizá la última. Te incorporas y te diriges hacia mí. Por cada paso tuyo, avanzo dos metros. Recorro las montañas, los cielos nublados y vuelvo a la playa; ahí donde pasamos los mejores instantes de nuestras vidas. Ahí donde planeábamos todo. Donde hacíamos el amor hasta el amanecer y donde hacíamos del tiempo lo menos importante. Ahora, diriges tu cabeza a las nubes. Me sigues con la mirada; ya no puedes hacerlo con tu cuerpo, con tus pasos. Se nos ha muerto el día. El sol sucumbe y la noche está por llegar. Caminas sin rumbo fijo. Caminas siguiendo mi luz, mi destello. Te detienes. Ya no podrás seguir más allá. Las montañas te lo impiden y la luz natural también. El cielo amenaza con llover. No podré ocultarte ya jamás de la lluvia. Ahora te mojarás sola; tu única compañía y aparente cobijo será mi capa de algodón color negra. El viento sacude tu cabello, tus ropas y tu alma. Tiemblas de impotencia y yo tiemblo de temor. Pero la absolución llegará pronto. El instante lo hizo: Me marcho para siempre y sonríes porque una parte de mí se queda en ti así como yo me llevo una gran parte de tu ser... de tu esencia... de tu cuerpo. Me ves partir para siempre entre viento y agua. Entre luz y calor. Entre lo desierto y lo poblado. Entre la playa y el fin de la tierra: el mar. Anochece. Me pierdo entre el agua y me evaporo haciéndome partícipe de las constelaciones propias de nuestro acontecer. Agradeceremos por todo lo acontecido y nos arrepentiremos por todo lo planeado sin jamás realizado. Simplemente adiós.
Una canción totalmente melancólica. Sin embargo; la mejor historia, es la que tú desees.
