21 dic 2010

Diciembre eclipsado

Dice la canción: "Diciembre y sus posadas". Las reuniones. El agradecimiento interpersonal. Los buenos deseos. El consumismo desenfrenado. El tráfico desquiciante. Ánimos amorfos. Bipolaridad sin sustento. El balance de un año más: Para unos, inolvidable; para otros, olvidable.

Ah diciembre... Esdrújula felicidad. Una vez culminada todo vuelve a la normalidad, al aquejo cotidiano y a una atmósfera que ya conocemos.

El acontecer del país -sin embargo- refleja un 2010 inolvidable. Desafortunadamente no por afables noticias. El rojo pintó al pueblo que hasta hace algunos años parecía percibirse de distintos matices. Sangre derramada, sangre impune.

No obstante, la naturaleza jamás se equivoca. Tiene para nosotros el obsequio que quizá ya merecíamos. Uno gratis. Uno fácil de percibir. La madrugada del 21 de diciembre ha sido de las más oscuras desde hace alrededor de 350 años. Un día de trescientos sesenta y cinco donde millones de miradas se concentran en un sólo punto. Uno brillante. Uno que posiblemente podamos percibir un par de ocasiones en nuestra vida.

Entonces, es cuando reflexionamos en lo efímero que pueden parecer ciertas cosas, ciertas situaciones; el materialismo absurdo y aquella carencia de conciencia. Una muestra de seres ordinarios, de una cotidianidad predecible; el reflejo de que al universo no le importa el acontecer y mucho menos, de qué color es tu auto nuevo.


Y de pronto, la escena es suya. La absoluta protagonista. La inmensidad sobre todas las cosas. Lo inalcanzable. Lo inerte que podemos ser los seres humanos ante su presencia. Alguien dice: "Dios, de existir, sería mujer". El espectáculo del amanecer y la maravillosa invención de la Luna, prueba de ello.



Diciembre y sus regalos. Pink Floyd, Sigur Ros, Brian Eno, Radiohead o Portishead; cualquiera de ellos para amenizar el suceso.